Está en Argentina y de un modo súbito todo comienza a ser extraño. Hasta lo más familiar es portador de una marca bizarra que indica que ya no se trata de lo de antes.
Las calles parecen las mismas, sus lugares de peregrinación también, pero algo ha dislocado al paisaje. Los discursos políticos se han vaciado de sentido y de un instante a otro se han vuelto anacrónicos. Y si la historia es una pesadilla de la que se quiere despertar, no lo puede hacer solo. Así, el extrañamiento lo ha capturado y no se reconoce en ningún espejo
Camina y camina tratando de situar cuál fue el momento donde el canalla cambió los nombres, cuando las tareas, los días, los discursos, las propuestas se difuminaron en una nube espesa que arruinó el horizonte histórico. Sabe que lo siniestro nunca es un monstruo que viene de otro lado sino cuando lo más conocido e íntimo se vuelve una amenaza distinta.
¿Dónde están aquellos con los que podría compartir esta misma pesadilla?, esto que de ningún modo puede estar ocurriendo; quién lo puede proteger de la risa idiota del demonio que se festeja a sí mismo vociferando su estafa.
Pero entonces los recuerda, a ellos y a ellas, a los que siempre mostraron por dónde se vuelve a casa. La sangre de los caídos es el hilo de vida para salir del laberinto del minotauro que simula ser un emprendedor con méritos de pacotilla.
No se puede perder la Argentina, dice la voz que por fin lo despierta en el sueño. Lo nuevo no es la monstruosa novedad, sino el acto inscripto en un nacimiento abierto al futuro que desafía a los mutantes clausurados por sus propias redes.